jueves, 31 de julio de 2014

Líneas de inicio (o de cómo se llega al puerto deseado).

Simplemente y sin pensarlo, perdí la noción de lo que sucedía dentro mío. Me preocupé, pero no hice nada por intentar averiguar lo que le pasaba a mi cuerpo cuando ese extraño escalofrío me recorrió, sin detenerse, entumeciendo mi raquis desde el atlas hasta el coxis. Ahí estabas tú, sentada escuchando, en tu primer día de trabajo en esta empresa, a un mequetrefe hablando de cómo trabajar para salvar su pellejo [sic].

Llegué y recorrí la mirada atónita de los presentes, pero me topé con una nueva y me detuve en el marco del ventanal tratando de recordar si, por alguna razón en mi trayecto de un día a otro, me había olvidado o, si en otro instante, ese punto de luz me había observado tan detenidamente como en ese momento. Fue repentino, quedé paralizado por algunos breves segundos y después seguí mi camino a mi puesto de trabajo; desde ahí podía mirar de frente el rostro de una nueva compañerita que, desde entonces, me atrapó.

El resto fue complicado, yo conocí extrañamente a una muchacha de ojos de color que todos los días escribía y mandaba fotos incompletas: la mitad del rostro, solo sus ojos, su boca y parte del escote, un solo ojo, su hombro izquierdo, nada... A veces nos veíamos haciendo uso de la tecnología al alcance. ¿Qué tanto se puede sentir a una persona cuando vive lejos y nunca se muestra transparente? ¿Existe?
Delimité mi andar y mis textos, mis palabras y la imagen de mí debió romperse lejos, allá donde aquel ser incompleto reside; justo allá donde no escucho cómo me rompen hasta los añicos; nada más que palabras vacías y donde solo voy de visita para encontrar diversión y a mi hermano. Fin de ese asunto.

Ella caminaba de un lado a otro, se posaba frente a mí para levantar algunas bebidas y transportarlas hasta a alguna mesa, después caminaba más, cruzaba mi mirada con algún desinterés y yo, ocupado en mis asuntos, intentaba disimular algún padecimiento que me hiciera ver hacia un punto y después desviar la atención a otro lugar nada relacionado con el sitio en donde su silueta se desarrollaba en forma de vida y movimiento. Típica reacción de un tonto que no puede, que se evita, que reprime la idea de querer y dejarse querer. El miedo, el sudor, la duda, la incertidumbre como un tifón que derriba todo, hasta mi fachada. Quedé descubierto y no lo noté, nadie me dijo.

Se colgó con sus brazos de mi cuello la musa que llegaba de no sé dónde, me quita la respiración, me da sus suspiros envuelta con la más bella sonrisa, me besa el rostro, nunca se echa a volar.

De no sé dónde, me quita la respiración; envuelta en la más bella sonrisa se colgó con sus brazos de mi cuello, me besa el rostro, me da sus suspiros, la musa que llegaba nunca se echa a volar.

Envuelta con la más bella sonrisa, la musa que llegaba se colgó con sus brazos de mi cuello, nunca se echa a volar, me quita la respiración de no sé dónde: me da sus suspiros, me besa el rostro.

Me lleva cada vez más en su vuelo casi infinito.

Da rienda suelta a mi locura cuando yo... pero intento la cordura cuando ella... Desconozco lo que pase cuando ambos... Y me encuentro siempre divagando entre su cuello y el cabello que desciende sobre sus hombros.

Apenas empieza la función y los protagonistas ya se besan, pero detrás del telón los actores se siguen alistando, del otro lado ya empezó otra historia sin guión, y en el escenario apenas se quitan el nervio inicial.

Sabes a mar... ¿Sabes amar? Yo sí, debe ser porque vengo de ahí, pero ahora he llegado a tu orilla y creo que puedo anclar, atar las cuerdas al muelle y pisar tierra, mantenerme así mientras miro esa curva que se dibuja en tu cara, cuando apenas vas terminando de leer esta primer nota que aún no se acaba, porque este no es un punto final. Porque después de él sigo yo con letras y tres puntos que continuarán con algo...


Sigo sin entender por qué quería meter todo lo que siento aquí, si no para de crecer y aún tenemos tiempo.

lunes, 27 de enero de 2014

Perdu dans vos idées.

Te estoy leyendo una vez más, lo hago mientras sigo estas líneas que escribí para ti; lo justo, después de haberte dicho que quería leerte algo que había salido de mis manos. Te estoy leyendo en voz alta, casi gritando; hago tanto ruido como puedo porque temo que ya no me escuches, porque el sonido rebota en las paredes, se esquina en los recovecos de esta habitación y se estrella contra mis oídos con la misma intensidad con que salió de mi cavidad bucal.

Estás conmigo de nuevo, pero la fugacidad del tiempo se ha vuelto inminente. Deseo que se detenga ya. Siempre hay deseos que no se lograrán cumplir, tú ya te vas y a mí me quedan millones de minutos más que no podré sentir tu piel ni respirar tu aroma. Incluso ahora que imagino que realmente estás escuchando. Me he convertido en un loco de locos, uno de esos que piensa para sus adentros las cosas como se anhelan, de los que guardan sueños en los que apareces, para pensar que son realidades de un pasado que existió en algún lugar alterno en el que nunca estuvimos y al que siempre debemos volver para encontrarnos sin vernos, solo sintiendo.

Escribo y leo esto mientras se acaban los días, no estoy seguro de volver a verte, pero estás aquí todavía recostada sobre mis piernas, o con tu cabeza sobre uno de mis hombros; tal vez estás sentada frente mío, o frente al monitor de tu laptop leyendo y tratando de prestar atención, pero pensando en otra cosa, en el futuro, en los retos, en la explotación laboral; tal vez lo piensas todo en francés y te das cuenta que vous êtes perdu dans vos idées. Pero qué más da, posiblemente debas hablar más inglés o procurar aprender otro idioma ahora, y debas preocuparte un poco menos por tu pronunciación francesa, o por la mía.

Ahora quisiera empezar a construirnos algo, primero mental: más notas, más videollamadas, más fotos; después lo real y difícil. Lo que es, a simple vista, inalcanzable. Pero si mi lente enfoca mejor… si consigo capturar más imágenes después de presionar el obturador… y si te lo muestro en algún tiempo…Si las letras me favorecen entonces…Y si, y solo si… Quizá en algún espacio de la vida podamos compartir más que solo palabras y hojas con imágenes de cosas y personas que no saben mucho de todo lo que hay qué hacer para poder estar más cerca de ti. Porque no te ven así, porque no te conocen, porque a pesar de lo mucho que les hable de ti, jamás se imaginarán cuán importante eres en lo que me sucede y lo que estoy siendo. Lo que viene te lo dedico, porque seguro hasta entonces seguiré pensando que eres tú ese destello que me guía y me hace ver más claro por dónde voy andando. Pero de nuevo las circunstancias nos separan y es momento para volver a preparar las maletas. Me miento si no admito la realidad del líquido que sale de mis ojos ahora. Te miento si digo que estoy triste. Le voy a mentir a cualquiera cuando pregunten qué me pasa. Le diré la verdad a la mar, cuando te encuentre allá donde me volveré de nuevo poeta y te hable al oído susurrando, aunque la realidad sea que sigues lejos, más allá de donde pudiste hace tiempo imaginar que llegarías.


Sigo leyendo en voz alta, lo hago mientras afuera todo se vuelve más silencioso, pero no importa, estoy solo sentado frente al teclado, observando la pantalla, cambiando de canción de vez en vez, haciéndome a la idea, a una, no sé a cuál. El eco se mantiene en este cuarto de tres por tres, se sostiene del marco de la puerta, retumba en el vidrio de la ventana, se golpea de nuevo contra las paredes y choca en mis oídos ya casi sin fuerza, tiembla de miedo al saber que se acaba y será sustituido por el silencio, justo ahora que he terminado de leer para ti.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Quedarse callado.

—O quizá debí guardar silencio— pensé en voz alta cuando recordé todas aquellas palabras que desataron algún caos. Más de una vez mi ímpetu justiciero ha salido a defenderme de cualquier agravio, dejando a su paso la incertidumbre y dudas regadas por doquier, como si fueran cadáveres.

Pensé en callar de ahora en adelante; concentrarme en el espacio vacío en una pared de alguna nueva casa a punto de venir: un cuadro, quizá; un dibujo en blanco y negro quedaría bien. No sé, probablemente la deje vacía en espera de alguien que decida hacerle ruido al muro blanco, frío, rígido e inmóvil. Darle vida. 

“Quizá debí...” Sólo quizá, porque no lo hice, y entonces sucede lo inevitable: las reacciones, lo colateral, la ira, la rabia, mi carcajada interna, el vómito del espíritu iracundo de quien quiere tener la razón ante todo. Entonces me sorprende saber que sí, guardé silencio, que junté mis letras, apreté los labios fuerte y dentro los dientes, quizá chirriaron un poco, pero, en ese plácido silencio, se formaron palabras estruendosas.

En momentos suelo no hacer ruido alguno mientras escribo cosas que gritan fuertísimo. Sigo en silencio.

lunes, 29 de abril de 2013

Penúltima.

A veces no es tan difícil quedarse callado. Permanecer en posición fetal envuelto por las sábanas: de nuevo en cama; voltear hacia la ventana y encontrar a través de ella una luz radiante y blanca.

Son las últimas noches dentro de esta habitación, los días siguientes habrá otras paredes rodeando este colchón. Ciclos que terminan y otros que comienzan con el eterno cliché de esperanza positiva. Permanezco callado.

Sigo viendo una esfera blanca asomarse. Es una curiosa bola flotando, como si la hubiesen colgado con un propósito además de regir las mareas. De mi boca no sale sonido alguno aún, son las seis de la mañana y afuera sigue oscuro.

A veces no es tan difícil quedarse callado viendo un solo punto en la nada, permanecer inmóvil, divagar, construir en la mente edificios altos y luego acordonar los alrededores para demolerlos. Luego levantar otros, continuar con la constante sucesión de pensamientos para luego caer en cuenta que sigo acostado sobre mi lado derecho mirando por entre las rendijas de las persianas a veces un punto al azar en el cielo; otras, las más, la circunferencia pálida que ahora se yergue curiosa frente a mí y que ya no me deja continuar durmiendo.

A veces no es tan difícil quedarse callado cuando lo más feo que te está pasando es lo más bonito que has visto en tu vida. ¿Cómo reaccionar ante esto?

Uno ya no sabe cómo renegar y ni siquiera si se debería buscar y meter una queja en el buzón que quizá esté a la entrada de la oficina de un tipo que acaba de decidir que la pinche luna debía despertarme hoy.

lunes, 8 de abril de 2013

Callar por la espalda.

Terreno yermo, desierto con dunas pronunciadas, espejismo con realidades incluidas del color de la arena más clara. Suerte del viento que le cambia el horizonte de vez en vez; que le roza al pasar vigoroso desprendiendo la breve corteza.

Tiene una vereda que la divide en dos, una cascada de seda oscura río arriba; la mano desciende caminante, reposa en un oasis de espalda baja, justo donde se forma una cuna natural. Por suerte mi brújula perdió el norte, ahora debo seguir explorando, subiendo y bajando, bordeando lo más cerca de la línea horizontal, la arena en la cara, el calor natural.

Recorro una espalda pensando que escribo sobre ella, como hoja de papel que espera la tinta para convertirse en mensaje. Aunque no hay mensaje que diga más que la espalda desnuda de aquella mujer que se miraba al espejo mientras alguien contemplaba desde otro punto de la habitación. Quizá nunca se dé cuenta.

Reverdece, termina el desierto, las pequeñas gotas de sudor en nuestras frentes, la brisa salina, la piel bronceada, el mar en el pecho, oleaje perpetuo; venir, ir y venir con la espuma en la orilla, donde apenas toca tus pies.

¿Quién soy yo para imaginar climas en tu cuerpo? ¿Qué estación del año cruzará? ¿Cuánto falta para llegar?

¿Puedo quedarme a vivir?

Prometo quedarme callado mientras continúas observando tu cuerpo desnudo en el reflejo. Quiero escucharte hacerlo.


domingo, 3 de marzo de 2013

0°00'00" latitud el mar.

Estábamos más unidos que antes. Lo sentí al saber de sus logros.
Estábamos muy juntos, a pesar de lo que nuestras coordenadas señalaran: ella a 46° 37′ 0″ N, 7° 3′ 0″ E; y yo 20° 35′ 15″ N, 100° 23′ 34″ W. Evidentemente no es la misma. Podemos traducirlo en dos cuerpos formados por piel y hueso, ocupando un lugar sobre el globo terráqueo separados físicamente por una distancia lineal de 9,608km. En resumen: su fémina figura lejos de mí.

Nunca experimenté tanta lejanía. Tampoco supe si fui yo el que decidió partir quedándome en el mismo sitio, mientras ella se quedaba quieta observando desde un avión cómo su vida empezaba a cambiar.

Después de esto ya no pude seguir escribiendo con la fluidez de antes. El aire pasaba levantando la arena del desierto de mi cabeza. El terreno era yermo, alejado, con un horizonte plano hacia cualquier punto; donde estaba yo parado estaba la conciencia de poder saber de ella por medios electrónicos. Tener que conformarme con eso y ser feliz porque ella lo era. No encontré mejor forma de crearme un remanso.

Sé que estamos juntos porque por las noches ella apoya su cabeza sobre mi pecho y me rodea con su brazo derecho sobre el abdomen. No me muevo para no disturbarla, arruinar el momento sería terrible, como terrible es descubrir, a veces, que solo estaba soñando. También tengo la certeza de su proximidad cada vez que las letras atraviesan medio planeta para llegar a mis ojos, fotografías de nieve, de montaña, de su silueta abrigada dejando huella detrás, los libros, los estudios, la escuela. Estoy en ese sitio sin pisarlo. Es como volverse un fantasma que sigue vivo en casa. Ella también lo es, pero aquí donde estoy.

En esta ubicación geográfica pasan cosas nuevas: el trabajo en la oficina, el papeleo, las facturas, el ordenador frente a mí, los ayudantes que acomodan la mercancía, los vendedores en sus escritorios a la entrada del negocio, el gerente en su espacio privado revisando las cuentas del mes pasado. El más antiguo de los vendedores, un hombre de complexión ancha —que resultó ser más joven que yo pero con dos hijas por mantener— irrumpe con frecuencia en mi espacio laboral soltando gritos y carcajadas. Nos entretiene con sus aventuras, sus canciones ridículas, su altanería disimulada, solo opacada por su constante necesidad por llamar la atención de los demás compañeros de trabajo.

Mientras tanto sigo pensando en ella, lanzo mi cordel de pensamientos tan lejos como sea posible, lo tenso, hago un amarre firme y empiezo a acomodar aquellas letras transparentes que tuve que reconstruir alguna vez. Consigo equilibrarlas sobre la leve línea que va hacia ella, otras las cuelgo con un ganchito, las deslizo suavemente y después, con un pequeño jalón con el dedo índice, como tocando una cuerda de guitarra, hago que se vayan y viajen muchos kilómetros. Allá, del otro lado del cordel, los recibirá alguien con emoción; responderá repitiendo los patrones, equilibrando letras, colgándolas, vibrando la cuerda. Nos volvemos nota musical, ella sigue siendo la musa, nos vibramos a distancia, pero juntos.

De pronto el yermo desierto se topó con una frontera justo donde empieza el mar. Es ahí donde siempre estamos y de donde nunca nos iremos.

martes, 15 de enero de 2013

Insomnio y despertar.

Desperté de pronto en medio de una madrugada que apuntaba a la claridad, al alba. Estaba bañado en sudor a pesar del frío que envolvía el ambiente: era una madrugada de invierno más en esta habitación de paredes simétricas y cuarteadas, un techo con acabado tirol que descendía, desde mi perspectiva, hacia la derecha; y una ventana grande y corrediza detrás de las persianas de bambú que dejaban ver levemente hacia el exterior.

La cama a contra esquina de la puerta y dentro de ella estaba yo, solo como la mayoría del tiempo acostumbraba. No gozaba de alguna habilidad para atraer mujeres diversas a ella, no por falta de perspicacia, sino por falta de interés hacia esa especie de “delimitación de territorio” o “demostración de la hombría”. No envidio en ningún momento a otros que pasan las noches con mujeres de ensueño a diestra y siniestra, ora con una, ora con otra, “mañana con fulana que tiene un gran culo y quizá el fin de semana con mengana con grandes tetas e infinitas ganas de coger”. ¡Bah!

En mi mente rondan algunas féminas y sus escondidas, pero significativas, cualidades y virtudes que me hacen tenerlas dando vueltas en mi cabeza que generalmente está desbordando ideas todo el tiempo. No hay para más. A veces pernocto con una, comparto el buen sexo, me enredo en su cabello, respiro del perfume que este lleva, me dejo anestesiar por el mismo y, cuando despierto, ella sigue ahí, desnuda, a mi lado; respira lentamente y mantiene los ojos cerrados sin saber que la miro: se repite la escena mientras decido entre el levantarme a hacer el desayuno o sorprenderla por debajo de las cobijas.

Al siguiente día me sorprendo solo de nuevo en ese rectángulo acolchonado y cómodo, durmiendo al centro del mismo, escribiendo una nota parecida a esta que me hace parecer inconforme cuando no lo estoy. En realidad me hacen feliz los encuentros esporádicos, la desnudez compartida y el calor que genera.

Otra noche he de pasarla con alguna amiga y hemos de mantener las prendas cubriendo los cuerpos, porque esa es otra forma de compartir, porque también con ropa se ama.

A veces cruzo la oscuridad nocturna con ella, otra, bellacriaturadelmar, pero solo, como al principio. Sin frío pero con ganas de no pensar en que pudiera llegar a colarse por algún espacio y hacerme tiritar. Mantengo distancia entre su cuerpo y el mío, aproximadamente la misma que hay entre su cama y la mía, entre mi casa y la suya y entre la misma distancia y mis ansiosas ganas de acortarla.

No poseo más porque no poseo a nadie. Comparto breves espacios de tiempo, de existencia y de cuerpo. Me entrego atento, me alejo, me vuelvo a acercar, mantengo achispados los sentidos, doy un par de caladas a la pipa con yerba de risas para tener otra forma de ver las cosas y de pronto caigo noqueado hasta el amanecer. Procuro no volverlo rutina, varío algunos hábitos, leo un poco, escribo por diversión, mando mensajes por el móvil. Pienso en ella, quienquiera que sea y vuelvo a sumergirme en la noche, el cuerpo en horizontal cubierto con cobijas y la cabeza sobre la almohada. Solo, de nuevo.