jueves, 31 de julio de 2014
Líneas de inicio (o de cómo se llega al puerto deseado).
lunes, 27 de enero de 2014
Perdu dans vos idées.
jueves, 5 de diciembre de 2013
Quedarse callado.
lunes, 29 de abril de 2013
Penúltima.
A veces no es tan difícil quedarse callado. Permanecer en posición fetal envuelto por las sábanas: de nuevo en cama; voltear hacia la ventana y encontrar a través de ella una luz radiante y blanca.
Son las últimas noches dentro de esta habitación, los días siguientes habrá otras paredes rodeando este colchón. Ciclos que terminan y otros que comienzan con el eterno cliché de esperanza positiva. Permanezco callado.
Sigo viendo una esfera blanca asomarse. Es una curiosa bola flotando, como si la hubiesen colgado con un propósito además de regir las mareas. De mi boca no sale sonido alguno aún, son las seis de la mañana y afuera sigue oscuro.
A veces no es tan difícil quedarse callado viendo un solo punto en la nada, permanecer inmóvil, divagar, construir en la mente edificios altos y luego acordonar los alrededores para demolerlos. Luego levantar otros, continuar con la constante sucesión de pensamientos para luego caer en cuenta que sigo acostado sobre mi lado derecho mirando por entre las rendijas de las persianas a veces un punto al azar en el cielo; otras, las más, la circunferencia pálida que ahora se yergue curiosa frente a mí y que ya no me deja continuar durmiendo.
A veces no es tan difícil quedarse callado cuando lo más feo que te está pasando es lo más bonito que has visto en tu vida. ¿Cómo reaccionar ante esto?
Uno ya no sabe cómo renegar y ni siquiera si se debería buscar y meter una queja en el buzón que quizá esté a la entrada de la oficina de un tipo que acaba de decidir que la pinche luna debía despertarme hoy.
lunes, 8 de abril de 2013
Callar por la espalda.
Terreno yermo, desierto con dunas pronunciadas, espejismo con realidades incluidas del color de la arena más clara. Suerte del viento que le cambia el horizonte de vez en vez; que le roza al pasar vigoroso desprendiendo la breve corteza.
Tiene una vereda que la divide en dos, una cascada de seda oscura río arriba; la mano desciende caminante, reposa en un oasis de espalda baja, justo donde se forma una cuna natural. Por suerte mi brújula perdió el norte, ahora debo seguir explorando, subiendo y bajando, bordeando lo más cerca de la línea horizontal, la arena en la cara, el calor natural.
Recorro una espalda pensando que escribo sobre ella, como hoja de papel que espera la tinta para convertirse en mensaje. Aunque no hay mensaje que diga más que la espalda desnuda de aquella mujer que se miraba al espejo mientras alguien contemplaba desde otro punto de la habitación. Quizá nunca se dé cuenta.
Reverdece, termina el desierto, las pequeñas gotas de sudor en nuestras frentes, la brisa salina, la piel bronceada, el mar en el pecho, oleaje perpetuo; venir, ir y venir con la espuma en la orilla, donde apenas toca tus pies.
¿Quién soy yo para imaginar climas en tu cuerpo? ¿Qué estación del año cruzará? ¿Cuánto falta para llegar?
¿Puedo quedarme a vivir?
Prometo quedarme callado mientras continúas observando tu cuerpo desnudo en el reflejo. Quiero escucharte hacerlo.
domingo, 3 de marzo de 2013
0°00'00" latitud el mar.
Estábamos más unidos que antes. Lo sentí al saber de sus logros.
Estábamos muy juntos, a pesar de lo que nuestras coordenadas señalaran: ella a 46° 37′ 0″ N, 7° 3′ 0″ E; y yo 20° 35′ 15″ N, 100° 23′ 34″ W. Evidentemente no es la misma. Podemos traducirlo en dos cuerpos formados por piel y hueso, ocupando un lugar sobre el globo terráqueo separados físicamente por una distancia lineal de 9,608km. En resumen: su fémina figura lejos de mí.
Nunca experimenté tanta lejanía. Tampoco supe si fui yo el que decidió partir quedándome en el mismo sitio, mientras ella se quedaba quieta observando desde un avión cómo su vida empezaba a cambiar.
Después de esto ya no pude seguir escribiendo con la fluidez de antes. El aire pasaba levantando la arena del desierto de mi cabeza. El terreno era yermo, alejado, con un horizonte plano hacia cualquier punto; donde estaba yo parado estaba la conciencia de poder saber de ella por medios electrónicos. Tener que conformarme con eso y ser feliz porque ella lo era. No encontré mejor forma de crearme un remanso.
Sé que estamos juntos porque por las noches ella apoya su cabeza sobre mi pecho y me rodea con su brazo derecho sobre el abdomen. No me muevo para no disturbarla, arruinar el momento sería terrible, como terrible es descubrir, a veces, que solo estaba soñando. También tengo la certeza de su proximidad cada vez que las letras atraviesan medio planeta para llegar a mis ojos, fotografías de nieve, de montaña, de su silueta abrigada dejando huella detrás, los libros, los estudios, la escuela. Estoy en ese sitio sin pisarlo. Es como volverse un fantasma que sigue vivo en casa. Ella también lo es, pero aquí donde estoy.
En esta ubicación geográfica pasan cosas nuevas: el trabajo en la oficina, el papeleo, las facturas, el ordenador frente a mí, los ayudantes que acomodan la mercancía, los vendedores en sus escritorios a la entrada del negocio, el gerente en su espacio privado revisando las cuentas del mes pasado. El más antiguo de los vendedores, un hombre de complexión ancha —que resultó ser más joven que yo pero con dos hijas por mantener— irrumpe con frecuencia en mi espacio laboral soltando gritos y carcajadas. Nos entretiene con sus aventuras, sus canciones ridículas, su altanería disimulada, solo opacada por su constante necesidad por llamar la atención de los demás compañeros de trabajo.
Mientras tanto sigo pensando en ella, lanzo mi cordel de pensamientos tan lejos como sea posible, lo tenso, hago un amarre firme y empiezo a acomodar aquellas letras transparentes que tuve que reconstruir alguna vez. Consigo equilibrarlas sobre la leve línea que va hacia ella, otras las cuelgo con un ganchito, las deslizo suavemente y después, con un pequeño jalón con el dedo índice, como tocando una cuerda de guitarra, hago que se vayan y viajen muchos kilómetros. Allá, del otro lado del cordel, los recibirá alguien con emoción; responderá repitiendo los patrones, equilibrando letras, colgándolas, vibrando la cuerda. Nos volvemos nota musical, ella sigue siendo la musa, nos vibramos a distancia, pero juntos.
De pronto el yermo desierto se topó con una frontera justo donde empieza el mar. Es ahí donde siempre estamos y de donde nunca nos iremos.
martes, 15 de enero de 2013
Insomnio y despertar.
Desperté de pronto en medio de una madrugada que apuntaba a la claridad, al alba. Estaba bañado en sudor a pesar del frío que envolvía el ambiente: era una madrugada de invierno más en esta habitación de paredes simétricas y cuarteadas, un techo con acabado tirol que descendía, desde mi perspectiva, hacia la derecha; y una ventana grande y corrediza detrás de las persianas de bambú que dejaban ver levemente hacia el exterior.
La cama a contra esquina de la puerta y dentro de ella estaba yo, solo como la mayoría del tiempo acostumbraba. No gozaba de alguna habilidad para atraer mujeres diversas a ella, no por falta de perspicacia, sino por falta de interés hacia esa especie de “delimitación de territorio” o “demostración de la hombría”. No envidio en ningún momento a otros que pasan las noches con mujeres de ensueño a diestra y siniestra, ora con una, ora con otra, “mañana con fulana que tiene un gran culo y quizá el fin de semana con mengana con grandes tetas e infinitas ganas de coger”. ¡Bah!
En mi mente rondan algunas féminas y sus escondidas, pero significativas, cualidades y virtudes que me hacen tenerlas dando vueltas en mi cabeza que generalmente está desbordando ideas todo el tiempo. No hay para más. A veces pernocto con una, comparto el buen sexo, me enredo en su cabello, respiro del perfume que este lleva, me dejo anestesiar por el mismo y, cuando despierto, ella sigue ahí, desnuda, a mi lado; respira lentamente y mantiene los ojos cerrados sin saber que la miro: se repite la escena mientras decido entre el levantarme a hacer el desayuno o sorprenderla por debajo de las cobijas.
Al siguiente día me sorprendo solo de nuevo en ese rectángulo acolchonado y cómodo, durmiendo al centro del mismo, escribiendo una nota parecida a esta que me hace parecer inconforme cuando no lo estoy. En realidad me hacen feliz los encuentros esporádicos, la desnudez compartida y el calor que genera.
Otra noche he de pasarla con alguna amiga y hemos de mantener las prendas cubriendo los cuerpos, porque esa es otra forma de compartir, porque también con ropa se ama.
A veces cruzo la oscuridad nocturna con ella, otra, bellacriaturadelmar, pero solo, como al principio. Sin frío pero con ganas de no pensar en que pudiera llegar a colarse por algún espacio y hacerme tiritar. Mantengo distancia entre su cuerpo y el mío, aproximadamente la misma que hay entre su cama y la mía, entre mi casa y la suya y entre la misma distancia y mis ansiosas ganas de acortarla.
No poseo más porque no poseo a nadie. Comparto breves espacios de tiempo, de existencia y de cuerpo. Me entrego atento, me alejo, me vuelvo a acercar, mantengo achispados los sentidos, doy un par de caladas a la pipa con yerba de risas para tener otra forma de ver las cosas y de pronto caigo noqueado hasta el amanecer. Procuro no volverlo rutina, varío algunos hábitos, leo un poco, escribo por diversión, mando mensajes por el móvil. Pienso en ella, quienquiera que sea y vuelvo a sumergirme en la noche, el cuerpo en horizontal cubierto con cobijas y la cabeza sobre la almohada. Solo, de nuevo.
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