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martes, 15 de enero de 2013

Insomnio y despertar.

Desperté de pronto en medio de una madrugada que apuntaba a la claridad, al alba. Estaba bañado en sudor a pesar del frío que envolvía el ambiente: era una madrugada de invierno más en esta habitación de paredes simétricas y cuarteadas, un techo con acabado tirol que descendía, desde mi perspectiva, hacia la derecha; y una ventana grande y corrediza detrás de las persianas de bambú que dejaban ver levemente hacia el exterior.

La cama a contra esquina de la puerta y dentro de ella estaba yo, solo como la mayoría del tiempo acostumbraba. No gozaba de alguna habilidad para atraer mujeres diversas a ella, no por falta de perspicacia, sino por falta de interés hacia esa especie de “delimitación de territorio” o “demostración de la hombría”. No envidio en ningún momento a otros que pasan las noches con mujeres de ensueño a diestra y siniestra, ora con una, ora con otra, “mañana con fulana que tiene un gran culo y quizá el fin de semana con mengana con grandes tetas e infinitas ganas de coger”. ¡Bah!

En mi mente rondan algunas féminas y sus escondidas, pero significativas, cualidades y virtudes que me hacen tenerlas dando vueltas en mi cabeza que generalmente está desbordando ideas todo el tiempo. No hay para más. A veces pernocto con una, comparto el buen sexo, me enredo en su cabello, respiro del perfume que este lleva, me dejo anestesiar por el mismo y, cuando despierto, ella sigue ahí, desnuda, a mi lado; respira lentamente y mantiene los ojos cerrados sin saber que la miro: se repite la escena mientras decido entre el levantarme a hacer el desayuno o sorprenderla por debajo de las cobijas.

Al siguiente día me sorprendo solo de nuevo en ese rectángulo acolchonado y cómodo, durmiendo al centro del mismo, escribiendo una nota parecida a esta que me hace parecer inconforme cuando no lo estoy. En realidad me hacen feliz los encuentros esporádicos, la desnudez compartida y el calor que genera.

Otra noche he de pasarla con alguna amiga y hemos de mantener las prendas cubriendo los cuerpos, porque esa es otra forma de compartir, porque también con ropa se ama.

A veces cruzo la oscuridad nocturna con ella, otra, bellacriaturadelmar, pero solo, como al principio. Sin frío pero con ganas de no pensar en que pudiera llegar a colarse por algún espacio y hacerme tiritar. Mantengo distancia entre su cuerpo y el mío, aproximadamente la misma que hay entre su cama y la mía, entre mi casa y la suya y entre la misma distancia y mis ansiosas ganas de acortarla.

No poseo más porque no poseo a nadie. Comparto breves espacios de tiempo, de existencia y de cuerpo. Me entrego atento, me alejo, me vuelvo a acercar, mantengo achispados los sentidos, doy un par de caladas a la pipa con yerba de risas para tener otra forma de ver las cosas y de pronto caigo noqueado hasta el amanecer. Procuro no volverlo rutina, varío algunos hábitos, leo un poco, escribo por diversión, mando mensajes por el móvil. Pienso en ella, quienquiera que sea y vuelvo a sumergirme en la noche, el cuerpo en horizontal cubierto con cobijas y la cabeza sobre la almohada. Solo, de nuevo.

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