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lunes, 29 de abril de 2013

Penúltima.

A veces no es tan difícil quedarse callado. Permanecer en posición fetal envuelto por las sábanas: de nuevo en cama; voltear hacia la ventana y encontrar a través de ella una luz radiante y blanca.

Son las últimas noches dentro de esta habitación, los días siguientes habrá otras paredes rodeando este colchón. Ciclos que terminan y otros que comienzan con el eterno cliché de esperanza positiva. Permanezco callado.

Sigo viendo una esfera blanca asomarse. Es una curiosa bola flotando, como si la hubiesen colgado con un propósito además de regir las mareas. De mi boca no sale sonido alguno aún, son las seis de la mañana y afuera sigue oscuro.

A veces no es tan difícil quedarse callado viendo un solo punto en la nada, permanecer inmóvil, divagar, construir en la mente edificios altos y luego acordonar los alrededores para demolerlos. Luego levantar otros, continuar con la constante sucesión de pensamientos para luego caer en cuenta que sigo acostado sobre mi lado derecho mirando por entre las rendijas de las persianas a veces un punto al azar en el cielo; otras, las más, la circunferencia pálida que ahora se yergue curiosa frente a mí y que ya no me deja continuar durmiendo.

A veces no es tan difícil quedarse callado cuando lo más feo que te está pasando es lo más bonito que has visto en tu vida. ¿Cómo reaccionar ante esto?

Uno ya no sabe cómo renegar y ni siquiera si se debería buscar y meter una queja en el buzón que quizá esté a la entrada de la oficina de un tipo que acaba de decidir que la pinche luna debía despertarme hoy.

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