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jueves, 5 de diciembre de 2013

Quedarse callado.

—O quizá debí guardar silencio— pensé en voz alta cuando recordé todas aquellas palabras que desataron algún caos. Más de una vez mi ímpetu justiciero ha salido a defenderme de cualquier agravio, dejando a su paso la incertidumbre y dudas regadas por doquier, como si fueran cadáveres.

Pensé en callar de ahora en adelante; concentrarme en el espacio vacío en una pared de alguna nueva casa a punto de venir: un cuadro, quizá; un dibujo en blanco y negro quedaría bien. No sé, probablemente la deje vacía en espera de alguien que decida hacerle ruido al muro blanco, frío, rígido e inmóvil. Darle vida. 

“Quizá debí...” Sólo quizá, porque no lo hice, y entonces sucede lo inevitable: las reacciones, lo colateral, la ira, la rabia, mi carcajada interna, el vómito del espíritu iracundo de quien quiere tener la razón ante todo. Entonces me sorprende saber que sí, guardé silencio, que junté mis letras, apreté los labios fuerte y dentro los dientes, quizá chirriaron un poco, pero, en ese plácido silencio, se formaron palabras estruendosas.

En momentos suelo no hacer ruido alguno mientras escribo cosas que gritan fuertísimo. Sigo en silencio.

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